NOTA DEL AUTOR

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martes, 4 de noviembre de 2008

Campaña intensiva de enseñanza en Madrid

Ahora mismo mi agrupación (Madrid) está en plena Campaña Intensiva de Enseñanza. Quisiera compartir con todos una experiencia que tuvo María, una amiga de mi agrupación, hace tan sólo un par de semanas. Es algo extenso, pero merece la pena leerlo...

Desde hace tiempo frecuento un locutorio cerca de mi casa, al principio con la excusa de comprar alguna guarrería o chuche, luego simplemente para charlar con Martha la dependienta, una dulce mujer ecuatoriana que desde el primer día me trató como si de toda la vida me conociera. Tiene dos hijos, una niña de 6 años y un chico de 16, a los cuales ha dejado completamente en mis manos con toda confianza desde que les conocí. Este verano hice un especial esfuerzo consciente por ir a verles. Les acompañé a la biblioteca y al parque a jugar de nuevo. Allí conocimos a dos personitas que me llamaron especialmente la atención, Ana de 12 años y Anthony de 4. Estuvimos jugando y no volví a saber más de ellos hasta unas semanas más tarde.

Estaba bajando la calle del locutorio cuando vi a Erika, corriendo con una amiguita hacia el locutorio de su madre y entonces una vocecita interior me dijo "Date media vuelta y dile a Martha que este año sin falta empezamos con las clases, que corra la voz". Así que me di media vuelta y entré en el locutorio. Allí estaba Martha y la mamá de la amiguita, le hablé y le dije que empezábamos las clases a comienzos del nuevo curso, que pasara la voz e hiciera un listado con los posibles asistentes a la clase que yo les avisaría de cuando era la reunión para presentar las clases a las familias. Entonces llegaron otras madres y también se apuntaron, y hablaron también de otras madres. Ese mismo día ya eran 9 los posibles asistentes apuntados. 

Lo preparé todo, puse un cartel en el locutorio, llamé a cada una personalmente para concertar el día, la hora, confirmar asistencia y se marcó la fecha para la reunión de padres. Pero ese día no fue nadie. Poco antes estuve llamando para asegurarme que quienes me habían confirmado asistencia recordaban el día y curiosamente a todas les había surgido algo, ya fuera trabajo, el tener que quedarse con los niños o estaban ilocalizables. Me desinflé. No sabía qué hacer, había hablado por teléfono con ellas y todas parecían interesadas pero no lograba reunirlas, y tampoco se me ocurría otra forma de hacerlo. Entonces una amiga me dijo que aprovechara para visitarlas personalmente en sus casas que ella lo había probado y salió muy bien.

Así que las llamé una a una y con las que conseguí hablar quedé para el día siguiente. Ambas me recibieron eternamente agradecidas, en la primera visita me encontré a ambos padres esperando para reunirse conmigo y escuchar lo que tenía que ofrecerles. Escucharon cada palabra con increíble atención e interés, intervinieron remarcando la importancia de las citas y de la necesidad que ellos veían de que sus hijos retomaran el contacto con Dios. Incluso ofrecieron su salón para hacer las clases de niños cada 15 días allí, estuvieran ellos o no. Estaba que me salía de gozo. Y eso que todavía no sabía lo que Dios tenía preparado para mí...

Cogí el portátil, los folletos y la oración de niños que había imprimido en papel bonito para pedir a cada padre que la hicieran por sus hijos y me lancé. Cuando subí me encontré a una madre desecha, que había estado llorando como para llenar varios mares. Hablamos de su difícil situación y la vocecita nuevamente habló "La Tabla del Fuego" caí en que en un fragmento hermosísimo de ésta la misma voz de Dios contesta a Bahá'u'lláh en un momento en el que las tribulaciones le han envuelto por todos lados y le dije que quería compartirlo con ella. Lo leímos, su expresión cambió y dijo: "me ha contestado". Entonces saqué el folletito inspirado en la presentación de la Fe del libro 6 y comencé a explicarle y a leerlo con ella, a la par que íbamos viendo las diapositivas de la presentación de las clases.

Después de disfrutar de cada lectura, de respirar agradecida y a la vez regenerada le pregunté si tras conocer lo que le había explicado creía en Bahá'u'lláh como el mensajero de Dios para este momento. Me dijo que sí sin titubear ni un instante. Entonces le pregunté si quería formar parte de la comunidad y le di la tarjeta para que la firmara tras leer la oración. No sé ni cómo salieron de mi boca esas palabras, pero lo dije y ella firmó. Y volvió a llorar, pero esta vez de agradecimiento. Los allí presentes no nos lo podíamos creer: el milagro estaba hecho.

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